Me fascinan los aeropuertos. O al menos antes me fascinaban.
Ahora no tanto. Pero recuerdo que cuando era niño (o más niño, como me diría mi
mujer), con 7-8 años, me llevaron a Barajas estando en Madrid únicamente “a ver
los aviones”. Pasaron al menos 5-6 más hasta que me montase en uno. La memoria
de aquella tarde viéndolos despegar y aterrizar tras un inmenso ventanal no se
me va.
No se me va
sobre todo cuando vuelvo a un aeropuerto. 30 años después, el de Málaga, en el
que estoy ahora mismo, debe ser el número 30 que conozco, desde Talavera a
Nueva Orleans, desde el Prat a Praga. Sigue habiendo una extraña fascinación en
montarte en un bicho de estos y volar, literalmente. No tengo miedo. O eso
creo. Pero sí que lo continúo viendo como un pequeño acontecimiento, y hasta el
coñazo de los controles de seguridad son para mí algo festivo.
Este es un
viaje especialmente especial. Dentro de unas horas el Cáceres se jugará en
Melilla el pase a la final por el ascenso y yo estaré allí gracias a ese
avioncito que asoma detrás de la puerta D61. No sé si será la última escena de
este mes loco de ‘playoffs’ en los que he viajado más con el equipo que en los
cinco años anteriores. Sin embargo, la sensación es de satisfacción porque
todos estamos disfrutando: vosotros animando al equipo de vuestra
ciudad/autonomía, yo trabajando y los jugadores defendiendo la camiseta. Esto
es lo fundamental para hoy: continuar siendo el mismo equipo desenfadado, con
mucha ‘jeta’, que se plantó en Burgos y ganó en idénticas (y diría que peores)
circunstancias. Y que hace nada, diez días, le dio un repaso en la misma cancha
al mismo rival que tendrá esta noche.
Creo que
llaman para mi embarque. ¿Ventanilla o pasillo? Creo que ya dije la otra vez
que estos vuelos se hacen especialmente amenos por el hecho de que el avión no
se eleva demasiado (debido a sus dimensiones) y puede verse lo que hay abajo.
Pero esta vez, desde aquí, apenas si veré otra cosa que no sea el Mediterráneo.
Corto. No puedo ni cargar la foto. Lo pierdo y sería la primera vez. Y mi
director (ni vosotros) me lo perdonaría.
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