Al baloncesto juegan los jugadores, pero hay una figura que tiene muchas veces incluso más protagonismo que los diez tipos que están en la pista: la del entrenador. Centro de todas las iras cuando las cosas van mal, entronizados cuando se gana, durante este tiempo imaginaréis que los he conocido de toda condición y pelaje. Y no solamente me estoy refiriendo a los de élite. También a muchos de cantera que llevan esto en la sangre con la misma pasión, o diría incluso que obsesión. Mientras que muchos de los que juegan lo hacen por diversión, negocio o simplemente inercia (son altos y tal), los que entrenan parece que están guiados por una enfermedad incurable. Hace no mucho escuché a Alberto Pesquera decir que, pese a que lleva diez años sin sentarse en un banquillo profesional y se dedica a otras cosas también relacionadas con el basket, si ahora le ofrecieran uno, lo cogería.
He visto pocas profesiones tan vocacionales, pero en las que sea también muy difícil ganarse la vida dignamente. Admiro a esos chicos que llevan a equipos cadetes o infantiles a los que les cierran el acta, pero con los que durante la semana le echan horas y sacrifican los fines de semana. Tienen el mismo veneno que los que están en la ACB, la NBA o la LEB Oro, pero no lo ven tan recompensado. Algunos surgen desde abajo y logran su recompensa: ese ideal de todo hombre que es trabajar en tu “hobby”. La mayoría solamente pueden soñarlo lejanamente.
La eterna reválida de Aranzana
Hace ya más de dos años que se ha convertido en el centro del universo baloncestístico cacereño. Normal tratándose de un entrenador que tiene que hacer prácticamente de portavoz del club, como ocurría con su antecesor, Piti Hurtado. En este tiempo, ha dado para conocerle en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras. ¿Y?
Aranzana es, sobre todo, un superviviente. Un tipo que lleva tanto tiempo sin apenas quedarse en paro en una profesión tan competitiva tiene que encerrar algún secreto dentro de sí, aparte de sus conocimientos. Hay algo en su personalidad profundamente flexible, entre la rigurosidad castellana y cierta picaresca sureña que no sé si adquirió en Sevilla. El caso es que siempre se adapta a las circunstancias con una seguridad brutal en lo que hace.
No sabemos cómo acabará la temporada, pero es indudable que ya no goza del fervor del público en general. Ya hemos hablado algunas veces de la ultra exigencia de aquí, y este año es obvio que el equipo debería ir mejor, bastante mejor. Él lo sabe. Los que, como él dice, le están esperando para darle un garrotazo, aumentan, aunque las victorias frenan un poco esta tendencia que detectamos todos. Pero él sigue aplicando las mismas recetas que ha tenido siempre: un poco de mala cara por allí, un poco de buena cara por allá. Moldeando la realidad a su realidad. No estoy de acuerdo con los que lo consideran poco autocrítico: encaja y también, por eso mismo, es comprensible que de vez en cuando suelte alguna.
Por todo esto que cuento, por lo experimentado que es y porque se las sabe todas, me extrañó un poco el gol que le metieron desde Valladolid la semana anterior. En un momento delicado para el Cáceres, utilizaron su nombre como posible candidato al banquillo y al final nada de nada, cuando probablemente la solución que tomaron (darle el equipo al segundo) estaba ya tomada desde el principio. Error verse envuelto y no desligarse con contundencia de cualquier tipo de conversación. Es obvio que esto le restó más que le sumó. Debió olérselo. De él hay que esperar un fino olfato para estas cosas.
Ya sé que no es muy popular escribir bien de él últimamente, pero aquí lo dejo, me da igual: es un buen tipo. Pero todo se concluye en una frase: un entrenador vale lo que valen sus resultados. Serán los que le juzguen definitivamente aquí. Y hay que entrar en “playoff” y competir bien en ellos.
La dignidad de Juan Pedro Buigas
¿He dicho que un entrenador vale lo que valen los resultados? Mentira. A Juan Pedro Buigas no le ha valido de gran cosa ir 12-2 con el Femenino Cáceres. Se ha hartado de tantas y tantas cosas raras que pasan en ese club y la semana pasada cogió la puerta y se largó. Nadie, excepto la mayor parte de las jugadoras (que él pensará que es lo importante), le lloró para que siguiese.
A Buigas le ha derrotado por completo lo que a Aranzana únicamente le ha pasado rozando con el tema de Valladolid: la ingenuidad. Hace poco menos de un año se hizo cargo del equipo sabiendo lo difícil que es trabajar internamente ahí a nivel de todo: económicamente, personalmente... Lo hizo sabiendo lo que hay, pensando inocentemente que podía cambiarlo todo. Y “solamente” ha cambiado los resultados.
En realidad, lo ha hecho casi todo bien: una estricta elección de jugadoras (me lo imagino rodeado de vídeos, machacando a todo el mundillo en busca de referencias, exprimiendo a los agentes) y saber llevárselas a su terreno, hacer que funcionen con un baloncesto que, además, era bastante más vistoso del que suele ser el de chicas. Y no me lapidéis por el comentario si lo consideráis machista. Dicen, al hilo, que entrenar a mujeres es más difícil que entrenar a hombres. Al menos hace poco tiempo Esperanza Mendoza, la árbitra extremeña de la LEB, me decía que también era más complicado dirigir partidos femeninos, que ellas protestan mucho más por todos.
Dignidad. ¿Bonita palabra, no? Para un entrenador, entrenar es lo único adictivo. Por eso es especialmente valorable que este haya renunciado en un equipo que él había creado y que tenía el éxito de estar en la fase de ascenso ya muy a la vista. Supongo que ha pesado más lo que estaba sufriendo que lo que estaba disfrutando.
Ha sido una lástima, que ha derivado a un final casi surrealista: su dimisión se ha resuelto con el regreso al seno del club como director deportivo de Alberto Montes, que lo había abandonado hace unos años por divergencias graves con la pareja Angel Salgado-Vicenta Naranjo, y como entrenador de Jacinto Carbajal, al que echaron miserablemente por la misma época. Tienen que entender que esto haya sorprendido, y mucho, aunque parece evidente que hay un plan a corto plazo para que la alianza que se ha creado dé opción a otra cosa, supuestamente mucho más deseable para el baloncesto femenino local: un club fuerte y unido, sin cargas financieras. Veremos.
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