"La muerte hace ángeles de nosotros y nos da alas donde antes teníamos hombros" (Jim Morrison).
Se me ha muerto un amigo hace un rato. Se llamaba Enrique y compartí muchas cosas con él en los últimos 20 años. Le conocí cuando entré en el periódico y me ayudó mucho entonces, cuando yo era un crío que empezaba a manejarse entre los adultos de la redacción. Le traigo a Bujacocesto porque era un gran aficionado al basket con el que estuve en momentos importantes relacionados con la canasta y con la vida.
Viajé con Ache (le gustaba que le llamasen así, su apellido empezaba por la letra "hache") al aquel famoso partido de Badajoz en el que Jiri Okac fue agredido por un policía al que le había quitado la gorra. Principios de 1992. El famoso incidente nos pilló a él y a mí en el fondo más cercano al banquillo del Cáceres en Entrepuentes. Qué ambiente más tremendo. Enrique siempre sabía sacarle la lectura más distinta al asunto. Un tipo poco tópico.
Era maquetista del periódico, pero le encantaba la fotografía y ayudaba en esa sección. Cubrió con mi hermano el mítico "playoff" en Andorra, por ejemplo, y años después, en 1997, nos fuimos a León (una ciudad que él amaba, por cierto) para estar tres días pellizcándonos mutuamente porque desde allí le contamos a la gente (él con su cámara, yo con mis palabras) lo que pasó en la Copa del Rey. Nunca olvidaré la complicidad en concreto de aquel fin de semana, ni el bocata de calamares realmente inenarrable (de malo) que nos metimos el día de la final, mientras preparábamos 14 o 15 páginas. "Chicloso" era decir poco. Suya es la mítica foto de ahí arriba de su tocayo Enrique recogiendo, con la mirada triste, el trofeo de subcampeones. Ahora mismo el capitán me parece que tiene la mirada especialmente triste, no sé por qué.
También colaboró con Gigantes del Basket y gran parte de las fotos de los partidos de casa que se publicaron en la revista durante los años de gloria son suyas. Siempre tenía otra visión. Era un experto en salirse del carril de la gente normal, pero lo hacía sin forzarlo, desde la naturalidad. Será un tópico cuando la gente palma, pero creo que era un gran tipo.
Luego hay un momento en la vida en la que todo se tuerce por los problemas de salud. El hecho de que su final haya sido más o menos esperado no me consuela en absoluto. Era genial, y sobre todo diferente, desinteresado. El que lo haya conocido me lo confirmará. Ahora se ha ido y no le volveremos a ver, con su pinta de doctor House, con su frasecita lacerante seguida de una risa incontrolable, con sus teorías estrambóticas sobre las cosas. Gracias por todo, Enrique.
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