Este mediodía me he encontrado a Diego Guaita por la calle. Me ha gustado la imagen. El tipo iba paseando con su niña por Pintores, una de las arterias principales del cacereñismo, aunque a esa hora poca gente había por allí. Nos hemos saludado brevemente. No he tenido demasiado trato con él. Apenas un par de frases y ya está, cada uno a lo suyo, las complicidades no hay que forzarlas. Casi me han dado más ganas de preguntarle por la final de la Copa Davis, que se resolvería unas horas después, que por el partido del viernes en Melilla, en el que firmó un 0/6 en triples, su gran especialidad. No soy muy partidario de agobiar a los jugadores con historias cuando están con sus familias, intentando desconectar. Por lo poco que le conozco, intuyo que tampoco me diría nada rimbonbante. Los tiros no entraron (ni a él ni al equipo) y punto. A eso se reduce el baloncesto muchas veces, para gloria o desgracia de jugadores, entrenadores, directivos, afición y prensa. Además, él no es el típico argentino de lengua fácil y verbo florido. Habla claro, con un peculiar tono bajo, pero no es un orador, uno de esos que te camela con su labia "Valdano style".
Hice lo que tenía que hacer por allí y caminé hacia casa poniéndome un ratito en su lugar. ¿Cómo debe sentirse un jugador profesional? Un jugador profesional de LEB, de esos que no se hacen ricos cada temporada aunque ganen más que la mayoría de nosotros. Un jugador que salió hace ya unos cuantos años de Argentina para estar un año aquí y otro allá, de Vitoria (donde le veían como otro Scola, de quien fue compañero de selección sub-21) a Fuenlabrada, de Burgos a Ourense, de Tenerife a Cáceres. Un año aquí y otro allá, siempre con las miradas propias y ajenas en el cogote porque los tiros tienen que entrar, porque cada año te estás jugando el contrato del año siguiente, porque...
Me pregunté cómo nos vería él a nosotros, si nos consideraría de verdad (no con un micrófono delante) una ciudad amable y una afición entendida, si le caerá bien su entrenador o el compañero que tiene al lado en la taquilla. Si le escuece perder o le alegra ganar tanto como al abonado 792. Si todas las caras que tiene a su alrededor le parecen iguales a las de otros sitios donde ya ha estado. También me pregunté cómo se sentirá llevando a su familia de un sitio para otro, sin saber muy bien qué pasará cuando el físico ya no le sustente el talento, dentro de unos añitos. Esas cosas que sólo él sabe y que nosotros nunca sabremos.