Atención, pregunta: ¿cuál creéis que ha sido el jugador más querido de afición en la etapa ACB? No sé si hay un "cariñómetro" disponible en la sección de ofertas del Carrefour. Creo que no. Pero seguramente coincidiréis conmigo en el primer nombre que se me viene a los dedos: Enrique Fernández Ruiz, que, por cierto, hace muy poquitos días cumplió 41 años. Felicidades. Éste es mi regalo.
Enrique es el clásico ejemplo de superación, de jugador limitado que sabe, a base de trabajo y constancia, hacerse un hueco entre los grandes. Un fierísimo espíritu competitivo por encima de otras cuestiones, antes de que el baloncesto ACB se conviertiese en algo reservado únicamente para súper atletas. Eso en lo profesional. En lo personal, sus valores van mucho más allá y le convirtieron durante seis temporadas en lo que se dice "santo y seña" del "verdinegrismo". La gente le quería (y le quiere) por su entrega en la pista, por sus triples mágicos, por su implicación. Pero también porque nunca rechazaba una sonrisa, un autógrafo, una palabra cariñosa. Seguro que todavía lo sigue haciendo con la gente que le aborda. Y lo mejor es que lo hacía con naturalidad, porque le salía de dentro, porque era y es "uno de los nuestros". Su silueta siempre estará ligada a ese número 8 con el que disputó 232 partidos como jugador del Cáceres CB en la Liga ACB. La cifra supera los 250 contando competiciones europeas y Copa del Rey.
No lo tuvo fácil, porque perdió a su padre muy pronto y tuvo que salir adelante con su madre (una mujer encantadora, por cierto) y su hermano Andrés "Churro" (qué carácter, pero qué noble y que juego de pies en la pista). Parte de sus raíces pueden encontrarse en Miajadas, pero él estudió en el San Antonio, donde pasó mucho tiempo compartiendo clase con Ñete Bohigas y ejerciendo de portero de balonmano. Pero el baloncesto entró en su vida con fuerza y en un campeonato de España cadete, Javier Imbroda le vio (jugaba de pívot) y se lo llevó al Mayoral Maristas, donde se pulió. Primero logró el ascenso a la ACB en aquel equipo de los Smith y Nacho Rodríguez y luego se consolidó con un especialista en el triple. Ya era un jugador respetado cuando llegó aquí, en verano de 1992, y no decepcionó desde el primer momento. Siempre anteponiendo el colectivo, el equipo, y muchas veces seguro que le dolió ser centro de la polémica porque la grada siempre pedía que jugase más minutos. El siempre ejerció de capitán y no dijo una palabra más alta que otra, excepto en el vestuario, que ahí sí que exigía a sus compañeros que se dejasen la piel por Cáceres tanto como él lo hacía.
El Gran Capitán protagonizó numerosas escenas para el recuerdo, como el triple que valió la victoria ante el Peristeri en la primera Korac o cuando anotó 5/6 en triples en la primera victoria en Lliria en los "play offs" de permanencia. También fue quien derramó cava sobre los aficionados cuando se consiguió la clasificación europea ante el Pamesa un año después o quien recogió la copa de subcampeón en León, con esa mirada triste hacia la grada cacereña como diciendo: "sé perfectamente lo que sentís". Su mejor partido creo que fue éste, un 108-88 al Taugrés en la temporada 93-94 en el que logró 6/8 desde 6,25
La rueda de prensa de su despedida en verano de 1998 la recuerdo como una de las más tristes que he cubierto. Apuró entonces un par de años más de baloncesto en Murcia y León en la LEB y hemos seguido viéndole por aquí, donde tiene alguno de sus negocios. También echa alguna que otra "pachanga" con sus amigos de siempre y cuentan que conserva intacta la muñeca, aunque no se lleve muy bien con la báscula. Estaría bien que volviese a estar implicado de alguna manera en el baloncesto de la ciudad y de hecho se mostró dispuesto a ayudar cuando el San Antonio logró el ascenso a la EBA. Es un tipo carismático, de los que abre puertas con su sonrisa. Es un mito local en el que se ha mirado gente como Panadero, o cualquiera de nosotros, y como tal hay que tratarlo.